01001000 01101111 01101100 01100001 00100000 01110101 01110011 01110101 01100001 01110010 01101001 01101111 01110011, como veis en esta ocasión me ha dado por empezar con una muy breve chorrada, pero es viernes por la mañana (cuando estoy escribiendo) y las neuronas están en proceso de descomposición. Ergo, vamos al lio.
Os voy a contar algo de mi, de pequeño siempre iba a jugar a casa de mis amigos a la Mega Drive o a la Super Nintendo, ya que aunque había pasado mis más jóvenes años disfrutando de una Atari 2600 y empezando a embobarme con un 286 (como podeis deducir de algunas de mis publicaciones previas), digamos que los títulos para la generación de 8 y 16 bits eran un tanto más atractivos (no tanto que el PC, pero si que la Atari). El caso es que pasé más de una tarde y fin de semana en casa de algún colega jugando al Sonic, al Mario o al Street Fighter, pero la cosa cambió ligeramente cuando a los 10 años obtuve mi primera consola propia, una Master System II.
Bien, si hay algo que a todos nos jode cuando tenemos una aparatito nuevo es no poder usarlo por falta de algún complemento, en este caso los juegos (me han regalado una consola, no tengamos el morro de exigir además algún juego de primeras). Pero por suerte, la Master System II tenía una característica que la diferenciaba de otras consolas más potentes de la época (véase la Super Nintendo o incluso la devorabaterías Game Gear), y es que traía un juego integrado que, gracias a Dios me dio muchas horas de entretenimiento, el Alex Kidd in Miracle World.